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Desde siempre he sentido una vocación profunda de transformación. ¿Por qué no? ha sido mi brújula vital, esa pregunta que me impulsa a tener iniciativa, cruzar límites, explorar caminos nuevos y confiar en lo que aún no se ve.

Pasé casi tres años de mi juventud en un monasterio. Aquella vivencia espiritual marcó mi corazón para siempre, sellando en mí un deseo profundo: contribuir a aliviar el sufrimiento humano y acompañar a las personas en su camino hacia una vida más plena.

Este sentido de trascendencia y de justicia me llevó a estudiar Trabajo Social y Derecho. Sin embargo, pronto comprendí en esa búsqueda que quería estar más cerca de las personas que de los expedientes. Por eso me especialicé en mediación y coaching, trabajando únicamente en procesos de separación de mutuo acuerdo, donde pudiera facilitar espacios de entendimiento, paz y respeto.

Con el tiempo, y tras acompañar numerosos procesos personales, sentí la necesidad de ir más hondo. Así me formé en psicología, con un enfoque integrador que incluye la psicología humanista integrativa, el enfoque sistémico, y prácticas menos convencionales pero profundamente eficaces como el wingwave coaching o técnicas de liberación emocional. Estas herramientas me permiten atender a cada persona desde su unicidad, integrando mente, cuerpo, emoción e historia personal.

Acompaño a personas que atraviesan procesos complejos como el trauma del desarrollo, la ansiedad generalizada o el estrés postraumático, desde una mirada compasiva, profunda y sin juicio. Lo importante no es el diagnóstico sino el síntoma. Creo firmemente en la capacidad de transformación del ser humano y en la posibilidad real de vivir con mayor libertad, serenidad y alegría.

Mi camino ha estado acompañado por grandes maestras a quienes agradezco y admiro profundamente: Ángeles Beriso, Beatriz Plans, Victoria Cadarso, Josepe García, entre otros profesionales sabios que han iluminado tanto mi práctica profesional como mi camino personal y que a día de hoy continúan haciéndolo.

Hoy sigo caminando con la certeza de que la sanación es posible, de que hay esperanza, y de que cada persona merece vivir en plenitud. Si te acompaño, lo haré con presencia, compromiso y confianza en tu capacidad para repararte y renacer.